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Proyecto apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes

Tuesday, December 12, 2006

Lisboa


Una fotografía antigua, sepia. Así es Lisboa.

Con el fado portugués, la guitarra inhala melancolía y exhala memorias dolorosas. Memorias, memorias. Lisboa es un puerto que no olvida. ¿O acaso existe enemigo más grande que el olvido? Si acaso la muerte, aunque siempre queda la esperanza de la persistencia. De la persistencia espiritual se ocupa la religión. De aquélla temporal, la historiografía y las artes. Entre estas segundas, la fotografía ocupa un lugar especial pues es la más grande memoria de la perspectiva.

Éste es el reto de la fotografía: la inmortalidad de la perspectiva de un instante.

Imagina que buscando algo en tu desván, descubres un baúl antiguo... no ha sido abierto en décadas. Me refiero a esa sensación del egiptólogo a pequeña escala. El antiguo cerrojo de su candado es vencido con tu sola presencia. Delicadamente levantas la cubierta, cruje dejando escapar años de ausencia humana. Una espesa capa de polvo cubre pequeñas cajas metálicas, libros, unas botas de piel, una pequeña cobija, una guitarra con las cuerdas rotas y doce fotografías. Hojeas cada uno de esos doce fragmentos de tiempo. Su aroma es delicado, parecido al de los libros antiguos. Su textura, crujiente y un poco áspera. Su color es semejante al de las hojas de otoño.

Descubrir Lisboa es abrir ese baúl: escuchar el fado triste de su guitarra, caminar entre callejuelas estrechas de edificios descuidados y herrajes negros, respirar el aroma de las castañas vencidas por el fuego y platicar con su gente -los únicos elementos efímeros del paisaje-.

Un pueblo ha levantado un templo a la fotografía antigua. Es la memoria de un pueblo que recuerda destrucciones, terremotos. La memoria de un pueblo que no olvida.

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