“Había una vez un ermitaño que, durante toda su vida, había procurado llegar a la perfección. Después de distribuir sus bienes entre los pobres, se había retirado al desierto para consagrarse a la plegaria. Llegó el día de su muerte. Subió al cielo y llamó a la puerta del Paraíso. «¿Quién es?», dijo una voz en el interior. «Yo», respondió el ermitaño. «No hay lugar para dos aquí», respondió la voz, «vete». Entonces el ermitaño descendió a la tierra y reanudó la lucha: pobreza, ayuno, plegarias, lágrimas... Cuando murió por segunda vez, llamó de nuevo a las puertas del Paraíso. «¿Quién es?», dijo la misma voz. «¡Yo!» «No hay lugar para dos aquí», respondió de nuevo la voz. Desesperado el ermitaño bajó a la tierra y reanudó la lucha con más intensidad para ganar por fin la salvación de su alma. A los cien años, murió por tercera vez. Llamó a las puertas del Paraíso. «¿Quién es?», dijo la voz. «¡Tú, Señor, tú!», respondió el ermitaño. Entonces, las puertas del Paraíso se abrieron de inmediato. Y el ermitaño entró en él." - Niko Kazantzakis, El pobre de Asís (fragmento).
La unidad. La simplicidad. Cuando el hombre se acepta como carne, el tiempo y la muerte existen. Cuando el hombre se acepta como alma, la eternidad existe pero también la muerte. Cuando el hombre se acepta como espíritu, sólo existe la eternidad.
En mi visita por Asís contemplé un sepulcro. ¿Quién yace allí? Polvo. Polvo que decidimos llamar "restos del hermano Francisco". Nada más diferente a un puñado de tierra. Tierra hambrienta, harapienta, estigmatizada. Nada tan distinto a tu cuerpo o al mío. ¿Quién yace allí? Tú, yo. En la tierra encontramos distinción, propiedad, "yo", "tú". Cuando por fin entienda que somos uno podré morir. Cuando seamos uno entonces no habrá muerte. Cuando no haya muerte entonces no habrá nunca más un "cuándo".
La unidad. La simplicidad. Cuando el hombre se acepta como carne, el tiempo y la muerte existen. Cuando el hombre se acepta como alma, la eternidad existe pero también la muerte. Cuando el hombre se acepta como espíritu, sólo existe la eternidad.
En mi visita por Asís contemplé un sepulcro. ¿Quién yace allí? Polvo. Polvo que decidimos llamar "restos del hermano Francisco". Nada más diferente a un puñado de tierra. Tierra hambrienta, harapienta, estigmatizada. Nada tan distinto a tu cuerpo o al mío. ¿Quién yace allí? Tú, yo. En la tierra encontramos distinción, propiedad, "yo", "tú". Cuando por fin entienda que somos uno podré morir. Cuando seamos uno entonces no habrá muerte. Cuando no haya muerte entonces no habrá nunca más un "cuándo".
2 comments:
Wow, impactante relato... bien complementado con la aportación final.
Nos gusta complicarnos, delimitar tiempos y espacios... pero hay algo más profundo que ser seres individualistas intentando sobrevivir y sobresaltar en la sociedad... somos parte de un todo, importantes "cada uno de nosotros".
Hay un momento en el que se pierde esa individualización, donde se ha compartido algo que se pierde la unidad,... tal vez sea una especie de equilibrio.
Dulcemente... Ceci
Yo espero morir una sola vez, que eso de andar resucitando.., mmm.. Y eso, parece que la clave de entrada es ser ese ipse... TU... Todo un misterio...
Post a Comment